Hace apenas tres meses, mientras buscaba la forma de desengancharme de la pornografía y buceaba por la red tratando de encontrar algún recurso útil, me encontré con un libro que me cambió por completo.
Se trata de «La manera fácil de dejar el porno» y en él se habla del método Easy Peasy. En realidad es lo que se conoce como un hackbook, es decir, un libro que «toma prestado» el contenido de otro y lo adapta para abordar un concepto similar, pero con ciertas similitudes. El libro adaptado es todo un bestseller que se ha vendido durante décadas: «Dejar de fumar es fácil si sabes cómo» de Allen Carr y eso fue importante para mí porque hace menos de un año, mi pareja dejó de fumar gracias a su lectura.
Eso hizo que me interesase leer esta adaptación hackeada enfocada en mi problema. No lo sé a ciencia cierta, pero creo que de no haber sido así no habría leído el libro completo y esa es una de las dos reglas que te piden desde el prólogo que no rompas: lee el libro completo y no saltarse ningún capítulo.
Considero que ese método, el Easy Peasy, es lo que me ha ido sacando de todo esto, y en realidad, tampoco es que sea un «método» exigente ni mucho menos, son apenas tres o cuatro pasos, pero lo que de verdad lo hace especial es que de repente empiezas a ser consciente de cantidad de cosas que antes ni siquiera se te habían pasado por la cabeza.
Ya hablaré en los próximos días de varias de ellas, pero hoy quiero centrarme en el concepto de «harem digital» y por qué puede marcar la diferencia entre que seas un adicto o no. Si lo resumimos al máximo podríamos decir que no todo el que tenga un harem digital es adicto (aunque hay muchas posibilidades de que lo sea), pero sí que todos los adictos tendrán uno.
Pero ¿qué es un harem digital? Es una colección de pornografía almacenada en medios digitales y solo accesible para una persona concreta. Es el tesoro que guarda con celo cualquier adicto al porno a modo de carpetas en el ordenador, páginas guardadas en favoritos, colecciones dentro de las páginas de porno, fotos y vídeos almacenados en redes sociales…
Antes de la llegada de internet, construir una colección de pornografía no era tan sencillo por varios motivos. El primero es que ocupaba un espacio físico y no todos disponíamos de grandes que poder dedicar a coleccionar nuestras revistas preferidas. El segundo es que conseguir fotos o revistas suponía la interacción social con otros y eso ya era bastante limitante, había que llenarse de «valor» para acercarse al kiosco y pedir una revista. El tercero es que había que esconder el alijo en algún sitio en el que tuviésemos la garantía de que solo nosotros tendríamos acceso y eso suponía cierta complicación y, de nuevo, podía aparecer la vergüenza en el caso de que descubriesen nuestro botín.
Pero además de todos esos factores, había un problema añadido, el contenido no era seleccionable. Si comprábamos una revista no podíamos elegir que incluyese las fotos de la actriz que nosotros queríamos, no podíamos elegir el tipo de escenas que había en cada página y, además, suponía un desembolso económico considerable.
En cuanto tuvimos acceso a la red la revolución fue absoluta y, con el paso de los años, la especialización y los algoritmos en redes y páginas porno, saben muy bien cómo mantenernos enganchados en todo momento.
Además de eliminar por completo todos los problemas anteriores, llegaban nuevos factores. Si nos gusta una actriz concreta podemos buscar y ver o descargar todo lo que haya hecho en cuestión de minutos. Ya no necesitamos ni espacio físico ni lugares ocultos en los que esconder nuestra colección, sino que nos basta con tener un teléfono y conexión a internet.
Podemos almacenar dentro de las propias redes o de las páginas porno o, si lo preferimos, utilizar algún servicio de almacenamiento en la nube. Las posibilidades son infinitas.
Pero ¿por qué le llamamos harem digital y no solo colección de porno? En el momento en que leí acerca de esto mismo me llegó una auténtica revelación. Tal y como describen gran cantidad de neurocientíficos en las dos últimas décadas: cuando vemos cualquier tipo de contenido de ficción a través de una pantalla (una serie, una película, un videojuego…) se ponen en marcha nuestras neuronas espejo, un conjunto muy específico de neuronas que se encargan de interpretar aquello que estamos viendo de modo que podamos compartir las emociones y sensaciones de lo que vemos.
El papel de estas neuronas es indispensable para que podamos empatizar con lo que sucede en la pantalla. Somos capaces de implicarnos emocionalmente con lo que observamos y, de algún modo, lo experimentamos de una forma mental, pero también física, es decir, se altera nuestro ritmo cardíaco, nuestra respiración y se activa todo un intrincado mapa emocional que puede llevarnos a la risa, al llanto, a la incertidumbre, al miedo o a la excitación.
Si mezclamos el papel de las neuronas espejo con el hecho de que somos Homo Narrans, es decir, que construimos nuestro mundo interior y todo lo que nos rodea a través de contar y de escuchar historias, tendremos claro por qué la pornografía tiene un impacto tan grande en nuestro cerebro.
Muchas veces desde algunas «voces expertas» se habla de que cada vez la pornografía es más directa, más violenta, más hardcore y tiene menos en cuenta el contarnos una historia, pero esto no es para nada así. Sin la historia, sin un hilo narrativo por pequeño que sea, cualquier cosa que veamos a través de una pantalla o incluso cualquier cosa en nuestro día a día pierde valor. Es más, si no hay un hilo narrativo, enseguida nos esforzaremos en generar uno.
La mezcla de acciones y contenido físico de alto impacto con un hilo narrativo proporciona una mezcla irresistible. Por un lado se estimula a través de los sentidos con una oferta apetecible, pero por otro se nos lleva dentro de la propia historia y nos convierte en sujetos de la misma gracias al papel de las neuronas espejo y del juego narrativo que se nos proponga en cada momento (y si no se nos propone ya lo buscamos nosotros).
De ahí que cuando almacenamos fotos, vídeos, enlaces y demás, no estamos guardando un contenido sin más, sino que almacenamos experiencias excitantes que nos han trasladado a otro lugar o nos han propuesto toda una aventura. Una de las claves fundamentales en la adicción al porno es que construimos este harem digital con base en toda la satisfacción que nos ha ido generando lo que vemos.
Pero esa satisfacción está muy lejos de ser un simple vídeo de gente follando. A nivel cerebral nos ha proporcionado empatía, nos ha envuelto en una historia y nos ha permitido revivirla tantas veces como queramos.
Intenta recordar alguna experiencia excitante que hayas experimentado en el último año. Seguro que eres capaz de rescatar bastantes detalles y otros, sin embargo, habrán quedado perdidos para siempre o los estarás rellenando con algo que sea verosímil teniendo en cuenta experiencias previas e historias parecidas.
Bien, ahora intenta hacer lo mismo con algo ocurrido hace cinco años y después con algo ocurrido hace veinte. Mucho más difícil, ¿verdad?
El harem digital se mantiene siempre fresco, accesible, podemos repetir tantas veces como queramos e incluso podemos seleccionar el minuto y el segundo exactos que nos hace sentir tan bien como la primera vez. Puede que no volvamos a ver ese vídeo jamás, puede que lo guardemos incluso sabiendo que no habrá una segunda oportunidad, pero eso no importa, tenemos la posibilidad de guardarlo y lo guardamos porque de algún modo eso nos hace sentir cierto poder.
A lo largo de los años construí mi harem con fotos, vídeos, libros, cómics, videojuegos… La única limitación era el espacio disponible en el disco duro y eso nunca ha sido un problema real. Allí dentro no estaba guardando imágenes sin más, estaba almacenando todo un universo experiencial completo a mi disposición todos los días del año.
Y esa es la gran baza del harem digital. Esta ahí: siempre abierto, siempre disponible y con la capacidad infinita para seguir creciendo, actualizándose y aprendiendo de ti a base de algoritmos.
La adicción al porno no es solo algo físico, es ante todo, un problema psicológico y tiene muchísimo que ver con lo que nos contamos a nosotros mismos. De ahí que su relación con el efecto que causa la ficción en nuestro cerebro sea tan relevante.
Si quieres dejar la adicción al porno, si de verdad estás comprometido con salir del encierro y la esclavitud que supone, empieza por deshacerte de todo tu harem digital. Elimina las fotos y los vídeos, borra tus cuentas de las páginas porno e incluso deshazte de las revistas y libros. Sé que es muy difícil porque yo todavía sigo buscando y eliminando, pero créeme, es un paso necesario y fundamental en el camino.
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