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diario de treinta años de adicción

Dejar la adicción al porno no va a depender de tu fuerza de voluntad

Intenté dejar el porno varias veces a lo largo de los últimos treinta años o al menos intentaba apartarme durante un tiempo porque consumía tanto que atravesaba períodos de saturación. En todos esos momentos de descanso me decía a mí mismo que lo único que necesitaba para aguantar era tirar de fuerza de voluntad.

Poco antes de cumplir los treinta dejé de fumar. Lo hice del tirón sin ningún tipo de apoyo y sabiendo que no habría ninguna recaída. Me equivoqué, por poco, pero me equivoqué. Volví a fumar una única vez y un solo cigarro y lo único que pasó es que me reafirmé en que era una de las mejores decisiones de mi vida.

En aquel momento, en mi interior, sentía que todo lo había conseguido gracias a una poderosísima fuerza de voluntad y que si había conseguido algo tan complicado solo porque me lo había propuesto, podría utilizar ese mismo «poder» para cualquier otra cosa que me propusiese en la vida. Durante años me repetía de manera interna la cantinela de que «tengo una inquebrantable fuerza de voluntad».

Y como tantas otras veces me mentía o al menos construía un relato donde las piezas encajaban más o menos bien y yo salía victorioso solo por atesorar una gran cualidad y saber emplearla en el momento oportuno. La realidad fue que fumar me mandó al hospital. O más bien me dificultó mucho mi paso por allí cuando me diagnosticaron una neumonía.

Era incapaz de respirar. Esa sensación lleva acompañándome toda la vida porque soy asmático y he tenido que acudir a urgencias a que me enganchen a una máquina de oxígeno más de una treintena de veces en mi vida. Pero aquella vez el oxígeno no hacía efecto. Los broncodilatadores mezclados para inhalarlos con la máscara tampoco. Así que tuvieron que buscarme una vena e inyectármelos. Y esa fue la sensación que lo cambió todo.

Tener a un enfermero introduciéndome una aguja en el brazo, notar el líquido entrando, sentir ese dolor y a la vez esa vergüenza me cambió de forma radical. Aquel día decidí dejar de fumar. Tuve que llegar a ese nivel de trauma para darme cuenta de una realidad que tenía delante de las narices, pero que no era capaz de ver.

Puedes llamarle «revelación», «descubrimiento» o «anagnórisis» si quieres ponerte clásico, el caso es que ese instante concreto terminó por hacer que todas las piezas, que todos los cabos sueltos llegasen a juntarse y me ofreciesen la solución que necesitaba en ese momento.

Si aquel día no me hubiesen inyectado el broncodilatador en vena es muy posible que a día de hoy siguiese fumando. Es más, es posible que por el camino hubiese intentado dejarlo varias veces sin éxito. Necesité un hito.

Y con la pornografía me ocurrió igual. Otro día hablaré del momento en el que toqué fondo, todavía no me siento preparado del todo para revivirlo ni para escribir sobre ello, pero caí muy bajo, a un lugar al que jamás hubiese creído llegar.

Fue entonces cuando me planteé dejarlo y lo hice como tantas otras veces: pensando en que sería solo por un tiempo. No entraba en mis planes dejarlo para siempre o más bien era consciente de que tarde o temprano volvería a consumir y lo único que me interesaba era volver de un modo más o menos controlado.

Ya lo he contado más veces, pero no está de más recordarlo: mi adicción al porno era de tal nivel que me estaba quitando energía, tiempo, calidad de vida, potencia sexual, dinero, relaciones sociales, capacidad de concentración, capacidad de trabajo… Estaba afectando a todos y cada uno de los ámbitos de mi vida profesional, personal e íntima. Todo estaba bañado por la sombra del porno, me convertí en un auténtico esclavo y caía en sus redes en las situaciones más extrañas y estrambóticas que se puedan imaginar.

Habiendo llegado a ese nivel mi esperanza por salir por completo de esa cárcel era mínima, casi nula. Probé algo que ya había probado anteriormente: un reloj y un diario de sobriedad. Me descargué una app y empecé a contar los días que llevaba limpio y a contar cómo lo iba llevando a nivel emocional.

Y al inicio de la segunda semana me topé con el libro del que ya hablé en la entrada anterior: «La manera fácil de dejar el porno». Empecé a leerlo pensando que me encontraría con el típico libro de autoayuda plagado de confesiones inverosímiles o que trataría de hacerme sentir culpable e inmoral por no seguir el camino recto.

Pero no, no ocurrió así, sino que me hizo comprender la que para mí es la clave más importante para superar esta adicción, mi pinchazo en el brazo para dejar el porno: me han lavado el cerebro para convertirme en un zombie, en alguien sin voluntad ni capacidad de decisión.

Para tratar de explicarlo de manera sencilla: el porno actúa en nuestro cerebro de dos maneras diferentes. En el corto plazo lo hace a través de la dopamina. Los superestímulos que proporciona la pornografía nos hacen liberar grandes dosis de dopamina y el cerebro se engancha a esa hormona y nos pide cada vez más y más.

Además, la narración que se genera en nuestra mente con cada una de las ficciones que vemos (y por tanto experimentamos) nos lleva a desear nuevas narraciones que sigan alimentando nuestra curiosidad y estimulando nuestra esencia narrativa.

Pero el factor más relevante no ocurre en el corto plazo sino que es algo que se va construyendo y afianzando con los años, el cerebro se acostumbra tanto a sus dosis habituales de dopamina que empieza a levantar todo un arsenal defensivo por si en algún momento deja de recibirla. Teje, pule y fortifica gran cantidad de argumentos que empleará en mayor o menor medida cada vez que sienta que está obteniendo menos de lo que necesita.

Y no tardará demasiado en ponerse en marcha, de hecho te animo a que lo pruebes. Si estás planteándote dejar el porno y todavía estás empezando anota en un papel cuánto tiempo tarda tu cerebro en construir algún tipo de excusa o argumento para convencerte de que no lo hagas. «No le hace daño a nadie», «no existen evidencias científicas de todo eso que se cuenta», «es algo natural», «no pasa nada por hacerlo de vez en cuando»…

Pero no se detendrá ahí, si con su propia voz no es suficiente hará que empieces a buscar esos mismos argumentos tratando de encontrar cualquier cosa que apoye el sesgo que necesita para convencerte.

Mi fuerza de voluntad, que durante tantos años consideré forjada en roca y acero, no sirvió de nada cada una de las veces que traté de alejarme del porno. Mi adicción siguió ahí y mi cerebro no tardó nada en desmontar mis débiles intentonas.

Fue tomar consciencia lo que lo cambió todo. Darme cuenta de que ver porno no es un «mal hábito», es una adicción real que afecta a todo y que se parapeta detrás de un fuertísimo lavado de cerebro.

«Yo no quiero ser esclavo de nada ni de nadie, no voy a entregar mi libertad a cambio de unos cuantos segundos de placer. Hay mucho que ganar y muy poco que perder, la única jugada ganadora es dejar la adicción al porno».

Todo eso me repito día a día desde entonces, a veces de forma consciente y otras de forma inconsciente cuando la tentación asoma en forma de foto o de escena en una película. Y eso, ser consciente de que me había convertido en una marioneta en manos de toda una industria, me hizo romper las cadenas. No necesité fuerza de voluntad sino encontrar una razón poderosa, una de esas que te abren los ojos y te cambian la vida.

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